No se Juega sin el Otro: Transferencia y Acto en la Práctica Analítica con Niños

La indicación que a menudo damos a los padres es de una engañosa simplicidad: "Díganle que viene a jugar conmigo". Con esta fórmula, se abre la puerta del consultorio y, con ella, un espacio donde la infancia parece poder desplegarse en su terreno más natural. Sin embargo, como analistas, sabemos que esta aparente sencillez encubre una de las operaciones más complejas y fundamentales de nuestra práctica. ¿Qué es ese "jugar" en el contexto analítico? ¿Se trata de una mera técnica de acceso, una vía edulcorada para aproximarnos al síntoma, o es, en sí mismo, el campo de batalla y el escenario donde se libra lo esencial de la cura?

Este artículo se propone desarticular la noción instrumental del juego para situarlo en su justa dimensión: no como un preludio al análisis, sino como el análisis mismo en su puesta en acto. Sostendremos que el juego analíticamente fecundo no es una propiedad inherente al niño ni a los juguetes, sino un efecto de la transferencia. Es en ese lazo particular con el analista —ese Otro a quien se le supone un saber y un deseo— donde una actividad lúdica deviene en una operación sobre la estructura subjetiva. El juego, entonces, es cosa seria.

Del Juguete al Significante: La Mutación Teórica que Funda la Práctica

La historia del psicoanálisis con niños ha estado marcada por distintas concepciones del juego. Freud, en sus intuiciones geniales sobre el Fort-da, ya nos alertaba de que el juego es una elaboración simbólica, una forma de domeñar la ausencia y la angustia. Posteriormente, la escuela kleiniana vio en el juego una vía regia al inconsciente, un texto a ser interpretado en su contenido simbólico de forma casi directa. Winnicott, por su parte, lo ubicó en ese espacio transicional fundamental, puente entre la realidad psíquica interna y la exterior.

La orientación lacaniana, sin embargo, produce un viraje decisivo: desplaza el foco del contenido del juego a su estructura significante. Lo crucial no son los objetos —los autitos, las muñecas, los bloques—, sino lo que se dice y se arma con ellos. El juego es una red de significantes donde el niño pone en escena su posición en el mundo, su lugar en el fantasma y en el deseo del Otro. Los juguetes son apenas letras con las que el sujeto-niño intenta escribir su propia historia.

La Transferencia: Condición de Posibilidad del Juego Analítico

La pandemia nos arrojó a todos a una pregunta radical: ¿es posible la clínica con niños a través de una pantalla? La ausencia del cuerpo, de la sala de juegos, del encuentro físico, parecía un obstáculo insalvable. Sin embargo, la clínica demostró otra cosa. Un niño, Pablo, propuso a su analista jugar "al cine" a través de la videollamada, reconstruyendo el dispositivo y demostrando que la materialidad del juego es secundaria a otra condición, previa y fundante.

Esa condición es la transferencia. Como bien lo formulaba un colega, "si hay juego, es porque hay transferencia". El juego analítico no preexiste al encuentro; es su producto. Es la presencia del analista, su escucha, su deseo no anónimo, lo que habilita que el juego del niño se transforme en un discurso dirigido a un Otro. El niño juega para el analista, le dirige sus construcciones, le ofrece sus significantes, le supone un saber sobre su propio enigma. Sin esta suposición, el juego sería un mero pasatiempo autista, no una puesta en escena de la verdad del sujeto.

Por ello, la pregunta "¿qué hago: juego, observo, interpreto?" es una pregunta mal planteada si no se considera el estatuto del analista en la escena. El cuerpo del analista funciona, como apuntaba otra colega, como "caja de resonancia afectiva", un lugar físico y simbólico que acoge y sanciona lo que allí acontece. Cuando una madre se sorprende de que su hijo haya podido "contar" algo importante en sesión, y la analista piensa para sí "sólo jugamos", se revela la eficacia de esta operación: es precisamente porque se jugó —en transferencia— que algo del orden de lo no dicho pudo emerger y ser escuchado.

El Acto Analítico: Operar en la Escena del Juego para Rodear el Síntoma

La clínica con niños nos enseña a ser prudentes. Abordar el síntoma de manera frontal, a través de la pregunta directa, suele ser invasivo e ineficaz. El juego, en cambio, ofrece una vía privilegiada para rodear el síntoma, para dejar que sea el propio niño quien lo ponga en escena, en sus propios términos y a su propio ritmo. El dispositivo lúdico prepara el terreno para que lo verdaderamente importante pueda surgir, a menudo de forma inesperada.

El analista no fuerza esta aparición. Su acto consiste en crear las condiciones de escucha y sostener la escena para que el significante amo del sujeto pueda emerger. Su posición no es la de un director de escena que conoce el guion, sino la de un partenaire que, con su presencia atenta, permite que la obra se escriba. Esto exige una enorme flexibilidad y una renuncia a los protocolos. A diferencia de otros enfoques más programados, el psicoanálisis convoca al analista a un movimiento constante, a una creatividad que es, en esencia, una respuesta ética a la singularidad de cada sujeto.

Una Posición Ética ante la Infancia

Finalmente, la clínica con niños nos confronta ineludiblemente con el discurso que los trae a consulta: la demanda de los padres, los informes escolares, los diagnósticos médicos. En este entramado de verdades y expectativas, el juego del niño es la pieza que a menudo falta, la que introduce su propia voz, su subjetividad. La tarea del analista, como sugiere Pablo Peusner, no es tomar partido por una verdad, sino acoger el "asunto" en su totalidad, ofreciendo un espacio de escucha también para los padres, no para darles consejos pedagógicos, sino para que puedan interrogar su propio deseo en juego en la crianza.

La clínica con niños es, por tanto, "artesanal". Exige del analista no solo un saber teórico sólido, sino también un "saber hacer" con lo imprevisto, con la resistencia, con su propio deseo de "huir hacia adelante". Nos obliga a abandonar la comodidad de los manuales y a sostener una posición ética: la de hacer lugar a la palabra de un sujeto en constitución, incluso cuando esa palabra se articula con autitos y plastilina. El juego, en la clínica psicoanalítica, es mucho más que un juego; es el acto mismo por el cual un niño, acompañado por su analista, puede comenzar a escribir su propia respuesta ante el enigma de la existencia.

Si las cuestiones planteadas en este artículo le resultan de interés, le invitamos a profundizar en ellas reviviendo nuestro seminario ‘Nos Encontramos Jugando. El Analista Frente al Juego en la Clínica con Niños’.

En este espacio de trabajo intensivo, el diálogo y la construcción conjunta fueron centrales para abordar estos interrogantes. Encuentre la grabación completa de este encuentro en nuestra videoteca de la Residencia de Diálogos.

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La Transferencia como Artificio y el Acto como Ruptura: Operar en la Clínica Más Allá del Sentido