La Transferencia como Artificio y el Acto como Ruptura: Operar en la Clínica Más Allá del Sentido

En el corazón de la práctica analítica, la transferencia se erige como la condición de posibilidad y, simultáneamente, como la más formidable de las resistencias. Freud ya nos advirtió de su naturaleza paradójica: el motor que pone en marcha la cura es el mismo que puede llevarla a un punto muerto. Sin embargo, es en la relectura lacaniana donde este campo de juego adquiere una complejidad decisiva para nuestra clínica. No se trata meramente de una repetición de imagos parentales, sino de una puesta en escena performática del fantasma, un artificio inconsciente donde el analizante convoca al analista al lugar del Gran Otro para que responda a su demanda y obture la hiancia de su ser.

Este artículo se propone explorar esa delgada línea que el analista debe transitar: cómo valerse de este "truco de magia" transferencial sin volverse cómplice de su engaño, y cómo el acto analítico emerge precisamente como la ruptura de esa cristalización de sentido que el sujeto demanda.

El Escenario Fantasmático: La Transferencia como Puesta en Acto

La transferencia, en su dimensión lacaniana, es el despliegue teatral del "árbol fantasmático" del sujeto. Es el escenario donde los objetos pulsionales se ordenan y la posición subjetiva se manifiesta en su fijeza. El analizante, en su división constitutiva, instala en el analista al Sujeto Supuesto Saber, no solo como quien posee la clave de su padecimiento, sino, más fundamentalmente, como aquel que encarna el objeto a, la causa de su deseo, prometiendo una completud que alivie la angustia de la castración.

Esta puesta en marcha es un artificio, una "estafa" necesaria, como diría Lacan. Es la promesa de un amor o un saber que, aunque genuina en su producción afectiva, es un engaño en su estructura. El analizante nos ama, nos odia, nos demanda, pero lo hace desde un guion preestablecido. El riesgo clínico es quedar atrapado en esa narrativa, respondiendo desde el lugar que se nos asigna y, con ello, reforzando la defensa y la obturación del goce sintomático. ¿Cómo operar entonces cuando la propia herramienta de trabajo es, a la vez, la principal resistencia?

El Acto Analítico: La Conmoción que Dinamita el Sentido

Aquí es donde el acto analítico interviene, no como una interpretación que añade una capa más de sentido al síntoma —alimentando así la neurosis—, sino como una intervención que produce un "shifting", un viraje en la posición subjetiva. El acto no busca "explicar" el fantasma, sino conmoverlo. Su objetivo es apuntar a lo real en juego, a esa "realidad sexual del inconsciente" que la transferencia vela con el manto imaginario del amor y el simbólico del saber.

El analista, con su acto, se convierte en un "terrorista de los sentidos". No cede ante la demanda de significación, sino que introduce el equívoco, el sinsentido, la falla. Al apoyarse en el malentendido estructural del lenguaje, el acto analítico hace una "trampa al yo" para apuntar a lo que está más allá de su control. El fin no es que el síntoma adquiera un nuevo significado, sino que pierda su condición gozante. Se trata, en cierto modo, de "burlarse del síntoma", de enrarecer los significantes que lo sostienen hasta que el goce que allí se enquista se agote.

Clínicamente, esto implica un movimiento radical. El sujeto deja de ser un efecto pasivo de su fantasma —esa ventana a través de la cual ve el mundo y organiza su goce— para confrontarse con el objeto a como la causa de su deseo. No se elimina el fantasma, sino que se lo atraviesa. La intervención analítica permite que el analizante ya no se pregunte qué es él para el Otro, sino que pueda empezar a asumir una posición activa frente a su propio deseo, ahora desprendido de la demanda al Otro.

La Ética del Analista: No Ser Partner del Goce

Esta operación solo es posible desde una posición ética específica: la del deseo del analista. Este no es un deseo puro ni personal, sino un deseo advertido, producto de su propio análisis, que apunta a la diferencia absoluta. Es una función que busca la disyunción allí donde el analizante busca la completud.

La abstinencia freudiana se traduce aquí en una consigna precisa: no ser partner del goce propuesto en la transferencia. El analista debe "ausentarse de su ser y presentarse más en su falta en ser", encarnando esa falta que el sujeto intenta colmar. A diferencia de una IA que siempre ofrece una respuesta, el analista sostiene el "no sé" para que la pregunta del analizante pueda desplegarse.

Su escucha, entonces, no es comprensión, sino lectura de significantes. Su intervención, el "bien decir", no es una verdad erudita, sino una verdad poética que se apoya en el equívoco para abrir, no para cerrar. Como diría Lacan, "como no hay relación sexual, hay acto analítico". El acto emerge allí donde el lenguaje falla, señalando ese hueco, ese imposible que la estructura misma impone, y es precisamente en ese vacío donde el sujeto puede encontrar una nueva posición frente a la vida, el amor y la ley.

En última instancia, nuestra labor no es dirigir al sujeto, sino dirigir la cura, utilizando el poder que la transferencia nos confiere no para nuestro goce, sino para posibilitar esa conmoción que permita al analizante inventar una solución singular más allá de la repetición de su fantasma.

Si las cuestiones planteadas en este artículo le resultan de interés, le invitamos a profundizar en ellas reviviendo nuestro seminario ‘Acto Analítico y Transferencia.

En este espacio de trabajo intensivo, el diálogo y la construcción conjunta fueron centrales para abordar estos interrogantes. Encuentre la grabación completa de este encuentro en nuestra videoteca de la Residencia de Diálogos.

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