La Tiniebla Contemporánea: Adolescencia, Tychê y la Praxis Analítica.

La adolescencia, ese territorio tan transitado por la teoría del desarrollo, se presenta en la clínica psicoanalítica menos como una etapa predecible y más como una fractura, una crisis de los cimientos simbólicos sobre los que se sostenía la subjetividad infantil. Mientras los discursos normativos se apresuran a catalogar sus manifestaciones —sus angustias, sus actos, sus excesos— bajo la rúbrica del trastorno, el psicoanálisis se detiene. Se detiene a escuchar lo que en esa aparente oscuridad se articula. Citando a Giorgio Agamben, el adolescente emerge como el "ser contemporáneo" por excelencia, aquel que "recibe en pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo". ¿Cuál es, entonces, la posición del analista frente a esta tiniebla? No la del experto que ilumina, sino la de aquel que acompaña al sujeto en el trabajo de hacer de esa oscuridad una pregunta que le concierna, una interpelación radical sobre su propio ser.

Del Mito Parental a la Narrativa Propia: El Viaje de la Subjetivación

La operación fundamental que define el tránsito adolescente es el paso de ser-hablado a hablar en nombre propio. El sujeto debe abandonar la posición de objeto del mito familiar, esa narrativa fundante contada siempre por otros, para aventurarse en la construcción de su propia ficción. Esta travesía no es la de un turista que consume experiencias sin ser afectado por ellas, sino la de un viajero que se deja transformar por el camino, que se arriesga a perderse para encontrarse en un lugar distinto.

Clínicamente, esta labor de desprendimiento y reinvención simbólica se manifiesta en tres ejes cruciales:

  1. La Voz: Emerge la necesidad de una enunciación propia. El adolescente busca una voz que no sea ya el eco de la voz parental o institucional. El espacio analítico, en este sentido, puede operar como esa caja de resonancia donde un decir balbuceante comienza a tomar forma, a veces incluso antes de poder ser escuchado por los Otros significativos.

  2. El Cuerpo: El cuerpo púber, ese objeto real y ominoso, exige una reapropiación simbólica. Ya no es el cuerpo infantil, administrado y vestido por el Otro. Es un cuerpo que irrumpe con una fuerza y una sexualidad que deben ser tramitadas. Las marcas, los estilos, la exposición o el ocultamiento del cuerpo son intentos de inscribir en él una marca singular, de subjetivar aquello que se presenta como extrañamente familiar.

  3. La Acción: La conquista de la movilidad y la autonomía desplaza al sujeto del lugar de "trasladable" a ser agente de sus propios movimientos. Cada decisión sobre el tiempo y el espacio es un acto de separación, un modo de trazar un territorio propio, más allá de la geografía familiar.

La Irrupción de lo Real: Adolescencia como Acontecimiento Azaroso

Reducir la adolescencia al correlato psicológico de la maduración biológica es un error conceptual que obtura la escucha de su dimensión más radical. La clínica nos enseña que no hay una correspondencia directa entre la pubertad y el advenimiento de la posición subjetiva adolescente. Ni la menarca ni el desarrollo gonadal son, en sí mismos, la causa del trabajo psíquico que nos ocupa.

Es aquí donde la distinción lacaniana entre automatón y tychê se vuelve indispensable. El automatón remite a la red significante, a la repetición, a lo que parece seguir un curso programado. Los modelos evolutivos operan bajo esta lógica. La tychê, en cambio, es el encuentro con lo Real, el acontecimiento azaroso, lo imprevisto que rompe la cadena. El surgimiento de la adolescencia es, fundamentalmente, un evento del orden de la tychê. Es un encuentro fallido con lo Real del sexo que no cesa de no escribirse, una confrontación que descompleta el saber infantil y exige del sujeto una invención. Fenómenos como la desmezcla pulsional o la emergencia de un goce opaco y mortífero dan cuenta de esta irrupción que desborda las ficciones previas.

Los Nuevos Escenarios del Ser: Dispositivos Digitales y Modalidades de Goce

Si cada época provee los escenarios para la subjetivación, nuestro tiempo ofrece el dispositivo digital como un campo privilegiado. Para el adolescente, el smartphone o las redes sociales no son meros instrumentos de comunicación; son extensiones del ser, laboratorios de la identidad y teatros del goce. Siguiendo a Agamben, estos dispositivos "capturan, orientan y modelan" los discursos y las conductas, convirtiéndose en parte integral de la construcción subjetiva.

En este espacio virtual se dirimen cuestiones fundamentales. El selfie, por ejemplo, lejos de ser un simple acto narcisista, puede operar como un intento de apropiarse de un cuerpo fragmentado y vuelto extraño, lanzando a la mirada anónima del Otro una pregunta sobre el propio ser y el propio sexo. La identidad, a su vez, puede diluirse en lo grupal como defensa ante la angustia del desamparo, o exhibirse de forma performática para construir un personaje que vele la falta en ser. El analista no puede permanecer ajeno a estos escenarios. El consultorio se extiende, y la escucha debe incluir estas nuevas formas de escritura de sí, interrogando la función que cumplen en la economía del goce del sujeto.

La Posición del Analista: Entre la Ética y el Acto

¿Qué lugar ocupa entonces el analista en esta travesía? Las metáforas del "guardián entre el centeno" o del "Sancho Panza" que acompaña las batallas del Quijote, si bien evocadoras, deben ser leídas con rigor. No se trata de proteger al adolescente del "precipicio" de lo Real en un gesto paternalista, ni de ser el escudero que lo devuelve a la "realidad" normativa. La posición analítica es más sutil y, a la vez, más radical.

Se trata de sostener un espacio donde el sujeto pueda dialectizar sus luchas, incluso aquellas contra "molinos de viento", pues es en el tejido de ese fantasma donde se juega su verdad. La clínica con adolescentes exige del analista una implicación particular, una "espontaneidad" calculada que no debe confundirse con la complicidad o la seducción. Cada vez que el analista es interpelado en lo personal, cada vez que se ve tentado a responder desde su propio ideal o su propio goce, es la ética la que debe operar como brújula.

La ética del psicoanálisis nos comanda a revisar constantemente nuestra posición frente a las modalidades de goce del adolescente, especialmente cuando estas nos confrontan con los límites de lo socialmente aceptado, con lo que se nomina como "riesgo". El trabajo no es reconducir ese goce hacia la norma, sino acompañar al sujeto en el esfuerzo de cernirlo, de articularlo en una pregunta que le permita inventar una respuesta singular, una forma de saber-hacer con eso que lo excede. El adolescente, en su confrontación con la tiniebla de su tiempo, no es solo un sujeto en crisis; es, potencialmente, un ser político, en tanto que su singularidad interroga los fundamentos mismos del lazo social y anuncia las transformaciones subjetivas del porvenir. Nuestra apuesta es estar a la altura de esa escucha.

Si las cuestiones planteadas en este artículo le resultan de interés, le invitamos a profundizar en ellas reviviendo nuestro seminario ‘[Entre sombras y luces. Revelando la construcción de la subjetividad en los adolescentes’.

En este espacio de trabajo intensivo, el diálogo y la construcción conjunta fueron centrales para abordar estos interrogantes. Encuentre la grabación completa de este encuentro en nuestra videoteca de la Residencia de Diálogos.

Siguiente
Siguiente

El Objeto-Droga como Partenaire: Del Goce Solitario a la Reinvención del Lazo.