El Objeto-Droga como Partenaire: Del Goce Solitario a la Reinvención del Lazo.

Frente a un sujeto que consume, ¿cuál es la primera pregunta que nos hacemos como clínicos? ¿Es acaso "cómo detener la conducta"? ¿O es más bien "¿qué función cumple esa conducta en la vida de este sujeto?" El abordaje psicoanalítico de las toxicomanías nos exige un desplazamiento ético fundamental: de la condena moral o la erradicación conductual, a la interrogación sobre el lugar que ocupa el objeto-droga en la economía psíquica.

Durante mucho tiempo, el psicoanálisis ha dudado de su propia pertinencia en este campo, considerándolo terreno de otras disciplinas. Sin embargo, una sólida tradición, especialmente de orientación lacaniana, ha demostrado la radical potencia de nuestra práxis.

Este artículo propone un recorrido para pensar la función del objeto-droga no como el problema en sí mismo, sino como una respuesta —devastadora, sí, pero respuesta al fin— a un malestar previo. Una solución que instala un modo de goce particular, uno que cortocircuita el deseo y anula el lazo social.

La Solución Química al Malestar en la Cultura.

El punto de partida freudiano es esencial para desmoralizar nuestra escucha. Lejos de ver el consumo como una falla de carácter, Freud lo sitúa entre las soluciones que el ser hablante inventa para lidiar con el sufrimiento inherente a la existencia. En El malestar en la cultura, lo describe sin ambages: la intoxicación es el método más efectivo, aunque también el más funesto, para evadir el dolor y la "presión de la realidad".

Pensemos en esto por un momento. La intoxicación es elevada al rango de una estrategia subjetiva. Esto significa que, antes de ser un problema, el consumo fue una solución. Una solución que ofrece una ganancia de placer inmediata y un refugio contra las fuentes del malestar: el propio cuerpo, el mundo exterior y, sobre todo, el lazo con los otros.

Aquí reside la primera clave de nuestro abordaje: reconocer que en el acto de consumir hay un intento, por radical que sea, de suturar una herida, de acallar un dolor que, de otro modo, podría vivirse como insoportable.

El Vaciamiento del Mundo.

Si la droga es una solución, ¿qué la convierte en una tan particular y peligrosa? Freud nos da una pista crucial con su enigmática tesis de la masturbación como "adicción primordial". Lo relevante de esta idea es la estructura que devela: la satisfacción a través de un objeto que no pertenece al mundo exterior, sino al campo de la fantasía.

La sustancia opera como un atajo a ese encuentro. Se ofrece como un sustituto perfecto del objeto fantasmático, prometiendo una satisfacción directa, sin mediaciones, sin las complicaciones del encuentro con un Otro. El resultado, como advirtió Freud, es un progresivo "vaciamiento del mundo". Los objetos de la realidad, las personas, los proyectos, pierden su brillo y su capacidad de atraer al sujeto.

Es la lógica del "matrimonio dichoso" con la botella, una relación donde el partenaire-objeto es totalmente predecible, siempre disponible y no exige nada a cambio. Clínicamente, este vaciamiento se manifiesta como un desinterés radical, donde todo lo que no sea el consumo se vuelve un obstáculo o, en el mejor de los casos, un medio para un fin: asegurar el próximo encuentro con el objeto.

La Ruptura del Lazo: Un Goce que No Pasa por el Otro

Lacan lleva esta lectura a su consecuencia lógica. El objeto-droga, afirma, es lo que permite la ruptura con el pacto simbólico, con las reglas del lenguaje y las exigencias del lazo social. El goce que provee la sustancia es fundamentalmente autoerótico, solitario. No necesita del Otro, no pasa por la palabra ni por la demanda.

Es un goce que obtura la falta, que es el motor mismo del deseo. Si no hay falta, ¿para qué desear? ¿Para qué hablar? La toxicomanía se revela, en su estructura, como una práctica que busca el silenciamiento del sujeto. El sujeto queda eclipsado, reducido a ser el mero soporte de un goce que lo consume y lo aniquila en su singularidad.

Esta desubjetivación se cristaliza en la posición de aquel que "consiente a ser llamado adicto". Al adoptar esta etiqueta como identidad, se clausura toda pregunta sobre su ser y su deseo, identificándose plenamente con su modo de goce.

Más Allá de la Abstinencia: La Ética del Analista

Frente a esta estructura, ¿cuál es la posición del analista? Nuestra ética se sitúa en las antípodas de los abordajes que apuntan directamente a la supresión del comportamiento. La "tortuosa búsqueda de la abstinencia", con sus conocidas y desalentadoras tasas de fracaso, demuestra los límites de una perspectiva que ignora el sufrimiento subyacente.

La apuesta del psicoanálisis es otra. Es intervenir sobre ese "punto sufriente". El punto de partida no es la demanda de abstinencia —que a menudo pertenece al Otro social o familiar— sino la creación de un espacio donde el padecimiento pueda ser alojado, escuchado y, eventualmente, puesto en palabras. La experiencia clínica demuestra que cuando un sujeto encuentra este lugar, "algo con la sustancia también cambia". No desaparece mágicamente, pero pierde su estatuto de necesidad absoluta.

No buscamos "normalizar" a nadie. Buscamos posibilitar que un sujeto pueda vivir con su singularidad. No nos interesa que hable por hablar, sino que esa palabra tenga consecuencias. La consecuencia buscada es la emergencia de una pregunta donde antes solo había una certeza de goce. Se trata de reintroducir la posibilidad del deseo.

Una Apuesta por la Palabra Consecuente

El abordaje psicoanalítico de las toxicomanías restituye la dignidad al sujeto al negarse a reducirlo a su práctica de consumo. Entiende esta práctica como una invención subjetiva, una solución trágica pero lógica frente a un real insoportable, frente a un vacío que amenaza con devorar al sujeto.

La posición del analista, por tanto, ha de ser la de un profundo desprejuicio. Nuestra tarea no es la de un cruzado contra la sustancia, sino la de ofrecer un espacio donde la palabra pueda, poco a poco, suplantar al objeto. Se trata de posibilitar que el sujeto reinvente su relación con su historia, con su cuerpo y con el mundo, no a través de una imposición moral, sino por la vía de la construcción de una nueva salida, una que sea propia y que le permita sostenerse en la vida. Es una apuesta ética por el poder de la palabra para transformar un goce mortífero en las vicisitudes vivificantes del deseo.

Las cuestiones planteadas en este artículo serán desplegadas en vivo en nuestro próximo seminario “La experiencia toxicomaniaca. Lectura y abordaje desde el psicoanálisis de orientación lacaniana”. Se trata de un espacio de trabajo intensivo donde el diálogo y la construcción conjunta son centrales. Si estas preguntas le convocan, su participación será fundamental.

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